Sólo
Roberto Bolaño se puede encargar de escribir una novela de búsquedas imposibles
y personajes salidos de un capítulo de Perry Mason o de un comic de Fantomas,
es decir, personajes como salidos de una tormenta de granizo, que ha sido
sacados de una tormenta de granizo justo en el momento en que iban a estrellar
sus automóviles contra una cerca o una piedra, o un muerto viviente en una
carretera lejana de la Patagonia, o sea, una carretera como sacada de una novela
de Cormac McCarthy; son personajes que se sientan todavía temblando y miran por
la ventana, o no miran nada porque en una tormenta de granizo no se ve nada,
pero hacen que miran por la ventana y tiemblan. Las búsquedas de estos
personajes son imposibles y se reducen a pasillos que terminan en puertas
clausuradas. El pasillo es Chile, que es decir Latinoamérica y América Central. Es decir, el mundo. El pasillo es oscuro y está adornado con fotografías de
poetas anónimos. No hay ni una sola foto de Neruda o de Enrique Lihn, o de
Gabriela Mistral, o de Nicanor Parra (principalmente porque a Parra no lo capta
el espectro de luz que a los demás hombres empequeñece); hay muchas fotos de
poetas y de malabaristas, y de niños perdidos, de perros perdidos, de mujeres muertas
y de aviones de la segunda guerra mundial (porque esa fue también nuestra
guerra) y al final hay una puerta. Siempre hay una puerta al final de las
novelas de Bolaño. No hay ventanas o jardines o ventanas francesas que den a
jardines o paredes desnudas. No, hay puertas y esas puertas están siempre
cerradas al mejor estilo lovecraftiano. Porque esas puertas no están cerradas
con llave o clausuradas por el tiempo, están cerradas sin pasador, pero nunca
se puede entrar porque al otro lado sólo hay fantasmas o una habitación vacía,
o una habitación con una cama y un televisor. En la cama hay un asesino que
mira una película porno, pero el asesino no se masturba porque está más
pendiente de la puerta que de la película, no porque se trate de una mala película
(¿qué película pornográfica es tan estulta que no se la pueda ver? Quiero
decir, ¿que no se la pueda ver sin estar sólo a la espera de los créditos?).
Las
novelas de Bolaño son eso. Son una pesadilla. Una pesadilla deliciosa en la que
nos encontramos un día mientras vamos al trabajo o caminamos por la calle o
estamos en un ascensor con gente de pesadilla que se dirige a sus oficinas de
pesadilla en algún barrio del infierno, que es donde normalmente uno se
encuentra cuando abre una novela de Bolaño y se aplica a su lectura. Mientras
leemos habremos de transitar por corredores y parques desolados, tomaremos café
en leche con extraños a los que querremos seguir a donde sea, incluso si eso
significa que terminemos en una bolsa de basura en algún basurero de México D.F., de Santiago de Chile, o de Bogotá; o querremos que esos extraños nos lleven a sus hoteles y
nos violen y luego nos dejen allí palpitando fascinados.
Llegados al final de la lectura, encontraremos
la puerta. Ésta será una puerta convencional que no podremos tocar porque la
lectura se interrumpirá de manera brutal, porque Bolaño nos ha mostrado el
horror con sorna, piedad y amor, pero no es tan infame como para escupirnos a
la cara.
Roberto
Segrov
Bogotá
lunes 28 de marzo 2016
*Las imágenes incluidas en este texto provienen de @oldpicsarchive , de @BookImages y de @kulturtava .
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