Al otro
lado de la mesa se sienta Camus. Lee un periódico. Se ha subido el cuello de la
chaqueta. La mano izquierda se posa sobre ese lado del rostro. El dedo índice
extendido a todo lo largo del contorno del pómulo y la sien; los demás dedos se
enroscan sobre sí y sobre la boca. Camus lee el diario concentrado, pero su
gesto es de dolor, de dolor y lectura. Cuando Albert lee, es como cuando hace
el amor. Hacer el amor duele en cierto punto. Hay dos razones para ese dolor
placentero al que Lacan llamó sinthome
y que quiso unir al género femenino, creyendo que sólo ellas podrían llegar al
éxtasis doloroso, a la aniquilación del satori, al nirvana de la despedida: la petite mort; una razón es el hallazgo
de la brutalidad liminar bajo la piel del otro en el instante previo a la sima
que conduce al país extraño, ese que Hemingway supo tan bien perfilar en su
escritura dialógica. La otra razón es el coitus
interruptus tántricus. Sólo el tantricus
puede lograr ese estado, no un coitus
interruptus común de esos que se le vienen a uno encima cuando se está a
punto de llegar en el segmento equivocado del video porno que vemos o aquel que
nos aborda, absurdo, cuando a punto de llegar bajo la mujer que amamos, o sobre
el hombre que se ama, una calle desconocida se nos atraviesa por la mente, una
calle que jamás hemos visitado, pero que tiene toda la carga melancólica de la
historia de la humanidad, una calle sin nada de particular, una calle desierta
que entra en nuestro imaginario y en nuestro placer inminente como un
trasatlántico que se vuelca lentamente sobre la acera de enfrente.
Sospecho
con bastante certeza que el placer doloroso que aplasta a Camus es de la
segunda variedad.
Albert
lee con el goce insoportable de quien ya va a terminar y no quiere correrse, no
quiere que el ejercicio de funambulismo que supone aquello finalice nunca. Yo lo
miro desde el otro lado de la mesa. Entre ambos media el abismo del tiempo, no
el del lenguaje. Detesto el francés, debo confesar, pero por Camus hubiera
aprendido a hablarlo, a recitarlo, a susurrarlo al oído de las damas y de los
pordioseros.
Hay algo
que me duele muchísimo. Veo a Camus al otro lado del abismo con toda su carga
eléctrica de inconformismo político, con su pesada desazón teológica, con su
libertad filosófica, y con toda la monstruosidad de su esperanza. Sí, de su
esperanza en el hombre, en la especie humana. Lo miro y me dan ganas de llorar.
Me dan ganas de echarme allí mismo a llorar, a sus pies, debajo de la mesa. Le veo
como ese hombre que se abraza a una roca porque la roca es su casa, su pena y
su hogar. Lo veo andar hacia esa piedra con toda la determinación de la
prehistoria para abrazarse a esa esperanza petrificada y para empujar ese peso
muerto pendiente arriba.
Pobre
Camus. Mira que creer en el género humano es lo único que no le perdono. Camus
es tanto o más grande que Kafka, pero en el panteón de mis dioses, qué digo, en
el panteón de los dioses, se sienta un escalón más abajo de Kafka y de Dostoievski,
y esto es por su debilidad para con el hombre.
Soldados nazis reaccionan ante imágenes de sus acciones sobre la población judía.
Pero
Camus ascenderá a la trinidad de Kafka y Dostoievski, y se sentará a la diestra
del vacío absoluto. Esto lo sé muy bien, por eso le elevo loas y le quemo
inciensos, porque Camus sabía lo que hacía; al lado de su fe por la humanidad
desarrolló su crítica a la burocracia: “Después del entierro, por el contrario,
será un asunto resuelto y todo habrá revestido un aire más oficial” afirma
Meursault. El desencanto de un autómata producto de la aniquilación de la razón
es la profecía de aquello a lo que los estados someterían a las sociedades. Tras
eso, lo único que nos quedaría para sintetizar una rabia que habría de definir
las pulsiones de nuestro tiempo, sería el insulto capital, el grito en el
desierto, el alarido de terror en la madrugada que prologa la catástrofe
última: “¡Burócrata!”.
Pero
el género humano pasará, no a la historia, pasará y quedarán las piedras. Quedará
el eco de ese grito rodando por ahí en los valles.
Entonces,
Camus ascenderá al lugar que le corresponde.
Roberto Segrov
Junio 2016
*Las imágenes incluidas en este texto provienen de @oldpicsarchive, de @BookImages y de @kulturtava .
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