Hay
libros que queman. Hay palabras que queman. Estoy seguro de que existe una
sintaxis incandescente que tiene la potencia de obcecarnos. Lo sé. Lo intuyo.
Lo sé. La he visto. Se trata de la sintaxis del fracaso. Mejor, el lenguaje de
la desproporción y de lo falible. Como Lovecraft, he soñado con esa posibilidad
monstruosa, que pasma, que hiela la sangre, que mira y escarba y cava hondo en
nuestra solitaria y muda alma. Imaginemos qué le ocurre a la inocua razón en
tal escenario.
Sucede
que lo soñé. Pero leía. Me deslicé en la lectura. Mi mente cautiva, prisionera
de esa sintaxis de giganta preñada. Mi inconsciente con la mirada ladina se
ubicó en una zona en que podía atestiguar el ahogo y el repudio y la maravilla
de abismarme en la contemplación.
Evgueni Zamiatine
Sucede
que soñé. Leía a Zamiatine. Nosotros[1].
¿Mencioné que rindo culto y holocausto a las novelas que prometen la desgracia?
Haré una digresión aquí (pero ¿lo es?). no me place leer relatos de alegría. La
estructura de la esperanza me es desagradable. ¡La detesto! La felicidad es un
discurso tan falto de carácter por su intrínseca pulsión que aburre. Si se
busca la felicidad en la vida pedestre del día a día, ¿para qué subyugarse a
una caricia complaciente en la literatura? Mi opinión es que ser humano es
estar en perpetua crisis, pero si se ha sucumbido al engaño de la búsqueda de
la felicidad, de la calma, de la anodina tranquilidad se niega la sodomía
connatural de la autoconsciencia, de la abstracción. ¡La misión de la
literatura, de la poesía, es la de sacarnos el tapete de debajo de los pies,
sin compasión, con crueldad!
Sucede
que era cautivo de la desgracia y la descomposición de la fe y de la esperanza
en la novela de Zamiatine (un conocimiento seguro de su infalibilidad es fe)[2], y su sintaxis, aún acuso
el episodio, me tocó seco en el esternón, no de forma frontal, no fue una
embestida, no, fue el eco de una percusión de máquina que se proyectó del fondo
de las páginas en esa escena suntuosa que se da el lujo, el lujo vil, Evgueni
Zamiatine de componer entre D503 y el Benefactor. Para ponerlo en mejores
términos, diré que leyéndola sentí la visita de un ave mojada aleteando dentro
de una campana herrumbrosa.
El
Benefactor acababa de levantar el velo de la noche para espiar en la inocencia
de la existencia. Mi inconsciente visitó un texto pesado y enorme, antiquísimo,
fugaz. Como a Lovecraft, se me revelaba un tomo escrito en lo que fuera la
lengua de Dios. Pero este códex, este grimorio que se me presentó, no era un Necronomicon o un tomo que compilara los
manuscritos Pnakóticos, no, línea
tras línea se sucedían combinaciones de sonidos consonánticos oclusivos sin
marcas vocálicas: el lenguaje desnudo. La atmósfera del sueño me circundó,
luego me desechó; supe que, si descifraba el libro, si lo tocaba, si lo
recordaba, si miraba el envés del sueño algo insoslayable ocurriría. Dejé que
me abandonara en las inhóspitas costas de la vigilia que diseñaba el café en el
que mi insoportable cuerpo se sentaba a presenciar la literatura.
Painting (1946)
Me
giré (o aquello que soy se giró) y vi por la ventana que el cielo se había
transformado en una cosa innombrable.
Roberto Segrov
Mayo de 2018
Las imágenes fueron tomadas de:
Nosotros, portada libro: http://www. hermidaeditores.com/nosotros
Pintura de Francis Bacon: https://www.moma.org/ explore/inside_out/category/ conservation/
[1]
Novela del escritor ruso Evgueni Zamiatine (1883-1937), escrita en 1921 y
finalmente publicada en 1929 en Francia, luego de ser prohibida por el régimen
estalinista.
[2]
D503 nos propone este bello y siniestro oxímoron: la fe, como es bien sabido,
prescinde de la razón. Fe no es conocimiento, fe es convencimiento, es desnudez de saber, es intuición. El conocimiento parte de la duda, de su entera
falibilidad. Zamiatín propone un encuentro insoslayable entre un conocimiento
desnudo de sí, transformado en fe. Zamiatín quiere conjurar el improbable
milagro y presentárnoslo todavía goteante, a modo de tierno insulto si acaso
nos es imposible digerir la tiesa piedra del sarcasmo.