He
tenido mis encuentros con Pola Oloixarac. Todos funestos. De todos he escapado
vivo de puro milagro o por mero accidente. Nuestro primer encuentro fue hace
años. Leía yo una revista en la que vi su foto. Me miraba desde un fondo en
penumbra y la postura de su rostro, el ángulo en que estaba, hacía que me
mirara como me miraba, sus ojos subían dejando caer el largo párpado sobre las
pupilas, revelando una pequeña porción de la blanca esclera (o sea, la
epiesclera, como todos sabemos). Parecía advertirme que me mantuviera alejado
para evitar quemarme o derretirme con su fuerza ciclónica de hembra
cibernética. Porque parecía (o era) una diosa de metal y alambres que te podía
masticar despacio le rindieras tributo o no, cerraras los ojos o no, alargaras
tu mano o no. Como es evidente, la foto empezó a hacer parte de mi colección
personal de reliquias amargas y amuletos del infortunio, y tótems del misterio.
La
segunda ocasión fue tanto más aterradora. Me encontraba yo en mi habitual
pesquisa para dar con entrevistas a escritores en You Tube (venía de una seguidilla de unas cuatro o cinco horas en
la que había pasado de Cortázar a Gabo y de éste a Sábato y de Sábato a Foster
Wallace, a Juan Rulfo, a Jonathan Franzen, a Rodrigo Fresán, César Aira y a
Roberto Bolaño) y de pronto, en la lista de videos de la derecha, vi un rostro
desenfadado de turca bonaerense. Temí escuchar su voz porque ya la había
escuchado bastante en mi cabeza hablándome días antes, y no soportaba la idea
de que pudiese cambiar. La escuché leer las primeras líneas de sus (Las) Teorías
Salvajes y deseé (o imaginé o lo soñé, no lo recuerdo bien) estar en un
callejón maldito, en la frontera última de la galaxia, donde la materia oscura
se desbarranca, y quise estar en un trance insospechado de inercia imparable,
pero Pola estaba sentada (o debía estarlo) en el suelo roto de ese callejón
final, y leía con su voz imposible las primeras y últimas líneas de las teorías y yo podía alargar la mano y
tocarle el cabello, pero ella no levantaba la mirada.
Aún
tuve dos encuentros más con Pola. El siguiente fue cuando por fin robé su libro
de una librería prestigiosa del centro de la ciudad. Salí como levitando del
lugar (había adquirido unos poderes especiales que me permitían robar y andar
como si nada) y me senté a leer en una cafetería frente a una cerveza que se
calentó porque aquel relato me tomó por asalto, y cuando uno lo lee expele una
energía que pone a vibrar el espacio a todo el alrededor, y la gente se levanta
de sus mesas pensando que un meteoro se aproxima o que un espectro se ha colado
por un sifón. Ya que hube terminado, sentí como si una aplanadora me hubiera
pasado por encima, o como si me hubieran dado una paliza, o como si hubiera
estado en una ceremonia de iniciación en Papua, Nueva Guinea, y me hubieran
lanzado de alimento a los dentados jabalíes. Lo que más recuerdo de aquel
episodio insólito son las botitas coquetas de Pola, eso y sus imágenes de
sintaxis sólida.
Lo
siguiente que supe, y de lo cual no me enteré antes porque son cosas que no hay
que saber, porque es mejor andar por el mundo de los escritores sin saber
ciertas cosas, fue lo de la lista Granta.
Aquello me puso la piel de gallina. Es decir, ¿quién necesita una lista de
esas? La lista Granta de escritores
latinoamericanos menores de treinta años. El título es ominoso. De allí rescaté
su nombre como sacándolo de una tormenta de flemas. Lo limpié y lo contemplé
renovado, y dejé que los demás nombres de la lista ardieran en el vacío de su
insufrible destino.
Mi
último encuentro con Pola aún está por resolverse. Fui a una librería y pedí su
último libro, Las constelaciones oscuras.
Pedí que me lo envolvieran muy bien. Lo metí al fondo de mi maleta (sí, todavía
llevo maleta, ¿dónde más voy a llevar todos mis libros? Uno no puede salir a
las calles salvajes del mundo sin un arma de despedida). Ya que llegué a casa,
fui por unas pinzas a la cocina, saqué el libro como si se tratara de una ojiva
termonuclear y lo puse en mi biblioteca a buen recaudo entre Villa-Matas (Exploradores del abismo) y H.P.
Lovecraft (At the Mountains of Madness).
A
veces no puedo dormir porque siento que el libro vibra. Siento pasos andar por
la sala. Temo que un día Pola venga a forzarme, a darme de trompadas y a
quemarme con sus besos y sus miradas de sefardí canonizada.
*Las imágenes incluidas en este texto provienen de @oldpicsarchive , de @BookImages y de @kulturtava
Roberto Segrov
10 de Mayo 2016
Adjunto la dirección del blog de Pola Oloixarac: http://melpomenemag.blogspot.com.co/