lunes, 9 de mayo de 2016

Con los dientes ver el mundo arder

El otro día, la nobel de literatura bielorrusa Svetlana Alexievich estuvo en Colombia. Pero Alexievich, más que una nobel de literatura, parece una tía. Entró con un sastre café y un bolso bien agarrado al costado izquierdo y se sentó frente a cuatrocientas personas con una sonrisa breve. Svetlana es como una tía humilde y tímida, y como toda tía que valga la pena tiene historias para contar. El asunto es que las historias de Svetlana sólo las puede contar una tía que se ha ganado el premio nobel de literatura o el de paz. O sea, historias que sólo una tía que soporta palizas de su esposo o que ha trabajado en algún lupanar de algún barrio infame en alguna ciudad olvidada de África, América Latina o de Europa del este, o que ha hecho las veces de enfermera en la guerra, que no termina, es decir, historias que sólo una tía que ha visto lo imposible o lo que creemos imposible podría contar.   




Con una voz cálida y experimentada, Alexievich fue tomándonos de la mano y con ternura nos hizo tocar el horror. Nos hizo comprender que el dolor y el amor están yuxtapuestos y miran en la misma dirección, y sus fronteras son insoslayables y están cifradas en el átomo destructor y dador de vida; de donde venimos.

El tema de Alexievich es el de la vida en medio de las ruinas. Su oído está puesto en ese espacio mínimo en el que los corazones dejan de latir por unos segundos para regresar a un mundo en llamas. Sus Voces de Chernóbil (1997) y La guerra no tiene rostro de mujer (1985) son artefactos que buscan confrontarnos con nuestro ejemplo de especie.

Alexievich, sin pestañear, refiere una historia que le ocurrió en el transcurso de la guerra entre Afganistán y Rusia. Svetlana viaja a una zona en la que se está llevando a cabo labor humanitaria con los afganos. Le dicen que si quiere ir con las mujeres a llevar juguetes que la gente ha donado para los niños. Ella dice que ha ido a conocer todo eso. El grupo es conducido a un hangar lleno de ancianos, mujeres y niños. Empiezan a entregar los juguetes. Una niña que carga un bebé se le acerca. Svetlana le alarga un peluche. El bebé abre la boca y lo toma con los dientes. Alexievich pregunta por qué el niño lo ha recibido así. La niña retira la cobija en que viene envuelto el bebé. El bebé no tiene piernas ni brazos. “Esto es lo que ustedes, rusos, nos han hecho”, dice la niña. Svetlana afirma que eso la liberó; ya no será más soviética, ya no será más rusa. Será una persona que escucha y registra el dolor ajeno.

Yo me quedé pensando en aquel episodio. Pensé en el gesto del bebé. Pensé en que su cuerpo había aprendido a hacer algo que su mente todavía no comprendía y que jamás llegaría a comprender. De algún modo, ese bebé mutilado se convirtió en un umbral entre dos mundos: el mundo del horror y el mundo del espanto.

Sólo una mujer puede con ello. Sólo una mujer puede escuchar el corazón de los soldados muertos en batalla antes de lanzarlos a un camión sobre una pila inerte de carne y huesos. Sólo una mujer se detiene a mirar la devastación que han dejado las ideologías.

Alexievich dice que es un oído. Que haber nacido en un pueblo de mujeres en el que los hombres habían partido a la guerra y habían muerto en la guerra, le enseñó a escuchar ese murmullo con el cual fue capaz de cristalizar el mundo a su alrededor. Todo lo que tenía que saber lo supo de chica mientras escuchaba a las mujeres hablar. Dice que lo más importante que le ha pasado jamás es eso. Que ha ganado el nobel, sí, que ha escrito libros, también, pero que todo aquello se sostiene por el relato incesante de las mujeres de su aldea.


Svetlana Alexievich camina en un mundo en llamas. Tiene el temple suficiente para quedarse allí viendo el mundo arder. Y al contrario de los demás, no huye del fuego, no le da la espalda al incendio de la historia. Se adelanta y alarga su mano. Y esta mujer no se quema. 

¡No se quema!

http://www.acantilado.es/noticias/acantilado-publicar-el-fin-del-homo-sovieticus-de-svetlana-alexievich-416.htm
Las imágenes de este sitio vienen de @oldpicsarchive , de @BookImages y de @kulturtava

3 comentarios:

  1. El mundo arde y seguirá ardiendo, pero siempre habrá alguien que se detenga a escuchar sus gemidos.
    Grande mujer y super la columna.

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    1. Sólo una mujer como Svetlana es capaz de acercarse al monstruo de la historia y picarle los ojos. Gracias por el comentario.

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