lunes, 6 de junio de 2016

Escucho en mi sueño caer el árbol de tu voz

De Sin razón florecer, 2001 - Horacio Benavidez

Horacio Benavidez está muerto. No estoy seguro de ello. Pero me lo parece mucho. Su poesía me llega como un latido o una voz, o el lloro de un niño que se remueve bajo tierra. Es horrible. Cuando abro uno de sus libros, es como si la tierra bajo mis pies se reblandeciera y su música secreta, esa que se cifra en sus versos, empezara a emanar y a envenenarme. Es por eso que decidí que siempre que lo leyera, lo haría a unos ocho o diez pisos sobre el nivel del suelo. Pero entonces siento que el terreno bajo el edificio se hace cenagoso y comienzo a hundirme sin remedio, mientras Benavidez me recita una poesía despacito.

Benavidez ha escrito:

Baja el niño
la escala
leve como su sombra

también: 

Tarde sabrás
que eran imprescindibles
la silla la mesa tu perro
la flor que no veías

Con ello sabe muy bien a qué se refiere o, mejor dicho, no sabe. No sabe nada de nada. Yo creo que Horacio Benavidez no es consciente de lo que le pasa. De verdad que el hombre ignora que murió el otro día; que el otro día se levantó y dejó el cuerpo ahí atrás, reposando en la cama, como dormido. Sólo que habla con su muerte mientras duerme. Relata los andares de su espectro. Se ha levantado y ahora habita el envés de la vida. Se pasea por la zona crepuscular del mundo. Desde allá se trae esos poemas de contrabando que no son otra cosa que el negativo del tiempo y del clima. Que son noche y árbol, y distancias abordadas por el ladrido lejano y constante de los perros de la sierra y de las encrucijadas.



Son perros que se han perdido. Que también, yo creo, se han muerto sin saber y le adornan la permanencia a Benavidez. Como Horacio es un aparecido, es el mejor poeta de Colombia. Cierto que aún tenemos a Juan Manuel Roca (“Días como agujas” de Luna de ciegos, 1991) y a otro par de criminales infaustos de esa especie. Pero Benavidez es el mejor. Cuando pongo aquí que es el mejor, lo afirmo con ese ánimo destructivo de quien quiere que la poesía le haga una zanja a la insoportable calumnia de las horas, de quien quiere que por ahí se cuele la poesía como una serpiente coral, como una mamba negra, y todo lo envenene y lo licúe con su ponzoña.



Por eso Benavidez es el mejor. Porque nos abre un  hueco en las manos cada que nos aproximamos a él; porque no nos deja dormir con su gemido de ultratumba. Porque no duda en echarse al suelo junto al cadáver en que nos hemos ido convirtiendo, mientras nos deja caer encima lo siguiente:

— ¿Cierto que las que zumban son las abejas en torno a los caballos que comen caña?
—Sí hijo, son las abejas
— ¿Cierto que uno es el caballo negro y la otra la potranca alazana?
—Así es, el uno es el caballo de paso de tu padre y la otra la potranca alazana de tu abuelo
— ¿Cierto que es una mañana de sol y los caballos cabecean mientras comen?
—Bien dices, hijo, los caballos están adormilados y cabecean por la resolana 
(Cómo decirle que no se ve nada
y que las que zumban son las moscas
sobre nuestros cuerpos insepultos)
    

Con una canción de cuna de esas, ¿quién no se va a dormir tranquilo?

Roberto Segrov

27 de Mayo 2016
*Las imágenes incluidas en este texto provienen de @oldpicsarchive , de @BookImages y de @kulturtava .



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